lunes, 8 de octubre de 2012

Lavapiés, el nuevo barrio rosa



Una pareja de lesbianas pasea de la mano por la calle de Lavapiés. El termómetro marca 39º. Aunque el bochorno del ambiente no invita al acercamiento, el deseo de las primeras citas las invita a darse un par de besos en cada esquina. Al verlas, el frutero bangladesí se pone más colorado que los pimientos que cuelgan en la tienda. Tampoco les quitan el ojo los camareros indios que custodian las terrazas de la calle a última hora de la tarde. El barbero marroquí de la esquina, en cambio, ni se inmuta.
En los últimos años, esta escena es muy común entre las empinadas callejuelas del barrio, cada vez son menos las miradas indiscretas. “Lavapiés se está convirtiendo en un barrio multiétnico de color rosa. Cada vez hay más lesbianas y gais que se mudan a la zona”, explica Boti García, presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB), y vecina del barrio desde 1994. Esta tendencia ha impulsado la apertura de más de una decena de locales de ambiente abiertos (la mayoría) a todos los públicos. Sin estridencias. Guardan la estética de bar de toda la vida con un toque moderno. Leyre, una de las dueñas del bar de copas El Gallinero, advierte: “Parte del colectivo está cansado del mercantilismo de Chueca”. La cuestión es: ¿Qué tiene Lavapiés que no tenga el barrio gay por excelencia de Madrid?


Boti García, presidenta de la FELGTB, en El Rincón Guay. / SANTI BURGOS
“En primer lugar, el nivel adquisitivo de la zona es mucho más bajo. Chueca se ha convertido en un gueto apto para personas con ingresos elevados. En segundo lugar, allí se celebra el Orgullo Gay a todas horas, y eso cansa. Queremos un barrio donde podamos ser uno más, no el centro de atención. Y, por último, en el caso de las lesbianas, ya era hora de que tuviéramos un punto de encuentro para nosotras”, argumenta Patricia Soto, dueña del pub de ambiente lésbico El Mojito. “Lavapiés siempre ha sido un barrio de extramuros, siempre en la frontera de una sociedad biempensante, como el colectivo LGTB”, explica Boti García, mientras toma un té de hierbabuena en la terraza de El Rincón Guay, una cafetería frecuentada y regentada por gais.
Lo primero que hizo su dueño, Mauricio Main, cuando lo abrió fue colocar una bandera multicolor como toldo. “Recuerdo lo mucho que les gustaba a las ancianas que venían a comprar al mercado de San Fernando”. “Chueca sabe a plastilina. Lavapiés, a cocido madrileño”, sentencia Panchi, una de las encargadas de La Antigua Taquería, una vieja taberna reconvertida en un restaurante de comida mexicana regentado por lesbianas. “No queremos etiquetas ni destacarnos por nuestra condición sexual”, asegura Panchi, mientras prepara una quesadilla de huevo y trufa, uno de sus platos estrella. En un espejo enorme aparece pintada la carta. A su lado, un par de estanterías sostienen el peso de las botellas de alcohol que aderezan los cócteles. Una figura de San Pancracio las custodia. El personal que pasa a lo largo del día por La Antigua Taquería es de lo más variopinto: desde un grupo de paquistaníes que toma el café mañanero, pasando por el vecino de toda la vida que pide una cerveza y unas aceitunas, estudiantes y jóvenes que aprovechan el módico precio de los platos para disfrutar de una noche de verano, gais y lesbianas dispuestos a encontrar pareja...
La predilección del colectivo LGTB por el céntrico barrio, de 39.985 habitantes, no es nueva. “En los años ochenta y noventa, Lavapiés fue el nido de grupos reivindicativos por la homosexualidad como La Radical Gay y Lesbianas LSD”, recuerda Gabriel Abraham, dueño de la única sauna gay de la zona, en la barra del Madness, un pub fetichista para gais situado también en Lavapiés. Entre gemidos y cuartos oscuros, Abraham, de 48 años, muestra la variedad de posturas y juegos sexuales que se pueden practicar en el local, vacío a primera hora de la tarde.
“Cuando Chueca se puso de moda, Lavapiés pasó a un tercer plano, pero siempre hemos estado aquí”, matiza. En 2010 este vecino del barrio abrió la sauna, deunos 300 metros cuadrados. Por el módico precio de 10 euros, el cliente gay puede pasar hasta ocho horas disfrutando entre vapores, el jacuzzi, los masajes, las cabinas, etcétera.
La apertura en 1996 del Centro Social Ocupado Eskalera Karacola, autogestionado por mujeres, atrajo a un gran número de lesbianas al barrio. Cerca de Antón Martín se encuentra elClub 33, más conocido como La Antigua Medea, uno de los lugares de ambiente lésbico más emblemático de Madrid. Con más de 30 años de experiencia, sus actuales dueñas han querido dejar atrás los tiempos de las mirillas para acceder a la discoteca y ahora abren tanto a los que entiendencomo a los que no. “Aunque hay un mayor número de locales femeninos, los gais estamos invadiendo el espacio poco a poco”, asegura Dalton Penn, dueño del Bangalá, un pub de encuentros sexuales masculino. “Por cuatro euros puedes tomar un gin tonic y pasar un buen rato. En Chueca, esto es impensable”, critica.
El presidente del Colectivo de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales de Madrid (COGAM), Agustín González, lamenta quse considere Chueca como un barrio elitista. “Es muy positivo que se abran más espacios para los gais en Madrid, y estos dos barrios se pueden complementar con diferentes ofertas de ocio para distintos públicos”.
“Las bolleras alternativas por fin hemos encontrado nuestro sitio”, exclama Silvia Rodríguez, una de las dueñas de El Gallinero, una antigua tasca reconvertida en un pub. Acodadas en la barra, Leire y Ruth se ponen al día con un par de cañas. “Solemos venir mucho porque pinchan buena música, las copas son de calidad, hacen fiestas temáticas y dejan entrar a los perros”, explican. ¿Acabará Lavapiés eclipsando a Chueca? “No lo creemos”, explican. “Tendríamos que derribar los cimientos sociales del barrio, y lo que queremos nosotros es ser una minoría más dentro de esta torre de Babel”.


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